Muchas de las deidades yorubas entrelazan sus historias en diversos patakies (historias yorubas) que los muestran como seres cercanos que compartieron experiencias, alegrías y tristezas.
Dos de las figuras más relevantes del panteón yoruba son:
- Eleguá, orisha Señor de los Caminos y el Destino. Mensajero de deidades y poseedor de las llaves de la felicidad.
- Shangó, Rey del Trueno, Señor del Fuego y los Tambores
Eleguá, es el príncipe de la Ocha (santería), es el primero Orisha que se recibe y que actúa como guía y protector de aquellos que se inician en la religión yoruba.
Esta deidad juega con la suerte y abre las puertas del amor, la salud y la prosperidad a aquellos que considera dignos de sus bendiciones. Deberá ser siempre saludado y agasajado primero, pues de lo contrario puede bloquear las ofrendas y mensajes que destinemos a otros miembros del panteón yoruba.
Eleguá y Shangó son vistos en muchos patakies yorubas como hermanos poderosos y guerreros, poseedores de inmensa fuerza y astucia.
Historia donde Eleguá libra a Changó de una muerte segura
Se dice que el día que nació Orula, su padre, baba (Obatalá) sin decir nada, lo llevó lejos de la casa con intenciones de matarlo. Pero Eleguá, uno de sus hijos mayores, lo vio salir y lo siguió disimuladamente, disfrazándose de ratón y sin hacer ruido para ver que iba a hacer con el pequeño.
Escondido en la maleza, presenció que Obbatalá se detuvo y comenzó a cavar un agujero bastante profundo al pie de una mata de iroko o ceiba. Allí enterró a Orula hasta la cintura con los brazos bajo de la tierra y se fue.
Elegguá corrió a decirle a su madre Yemayá y entre los dos decidieron no dejar morir a Orula.
Pero al poco tiempo nació Shangó quien era un niño fuerte y hermoso. Y como Obbatalá había hecho la promesa que todos los hijos que nacieran después de la afrenta que hizo Oggún, serían asesinados, decidió el mismo destino para el pequeño Shangó.
Eleguá al enterarse de las intenciones de Obbatalá, entregó a Shangó a Dada, la hermana mayor de este, para que lo criara. Se lo llevó a Dada, vestido de rojo todo, y le encargó que lo criase.
Ella así lo hizo y pasaron varios años y Dada quiso que Shangó conociera a sus padres. Pero Yemayá al ver llegar a su hijo se puso a llorar y Obbatalá también lloraba al saber que era su padre. El anciano se sentó a Shangó en las piernas para jugar con él.
El niño, que era muy despierto, le preguntó a su padre por qué su madre lloraba tanto y parecía no estar contenta con su visita.
Baba le contestó que no era cierto que ella llorara por su presencia y le dijo que un día con calma le contaría todo, ya que ni él mismo recordaba bien todas las cosas que habían sucedido antes de su nacimiento.
«El poder del perdón» Reconciliación entre Obatalá y sus hijos
Un día Shangó decidió preguntarle a su madre el motivo del llanto, pues ella siempre lo recibía con lágrimas en los ojos. Además, su hermano Osun nunca abandonaba su puesto frente a la puerta de la casa.
Ante la inquietud de su hijo Yemayá contestó que no podía decirle lo que pasaba en la familia, porque el verdadero secreto de todo lo tenía su hermano Elegguá.
Y como él y Elegguá se querían mucho y se llevaban muy bien, Shangó decidió preguntarle sobre la situación de su familia.
Elegguá le dijo: “Coge la masa de tres güiros, tres pedazos de coco, tres plumas de loro, agua de lluvia y manteca de corojo, prepara todo esto junto a una Ceiba, déjalo tres días y tres noches, cuando los saques haz un emplaste con cáscara de huevo molida y como tú eres el único que Baba carga y permite que se le acerque, cuando el abra la boca, pon un poco en la lengua, sienes y ojos”.
Shangó siguió las instrucciones de Elegguá al pie de la letra y al poco rato de untarle todas estas cosas a Baba, este empezó a recordar todo lo que había pasado y empezó a contarle todo a Shangó, arrepentido de haber querido matar a sus hijos.
Así, recuperó a Orula, que se había escondido en las raíces de la ceiba y se había convertido en un poderoso adivino. Aunque no quiso regresar con su familia, Orunmila perdonó a su padre y a su madre.
También Obbatalá perdonó a Oggún, quién le hizo la promesa de trabajar todo el tiempo, incansablemente para resarcir sus errores.
La historia de cómo Eleguá salvó a Changó nos enseña la importancia de la verdad en nuestras vidas. A través de su astucia y determinación, Eleguá desveló la verdad oculta y permitió que la reconciliación y el perdón florecieran en la familia de Obatalá.
Esta historia nos recuerda que la verdad tiene el poder de sanar heridas profundas, de reconstruir lazos rotos y de abrir el camino hacia la armonía y el amor. Nos enseña que, a pesar de las dificultades y los secretos enterrados, es fundamental ser valientes y buscar la verdad, ya que solo a través de la honestidad y la transparencia podemos encontrar la verdadera paz y plenitud en nuestras vidas y relaciones.
Dos dioses Yorubas que nos protegen cada día
Recordemos que Shangó es el Orisha de los rayos, truenos, grandes cargas eléctricas y del fuego. Es viril y atrevido, pero también justiciero; castiga a los mentirosos, a los ladrones y los malhechores.
Se dice que Eleguá es su consejero y ambos guían a los hombres por el camino de la vida, hasta que logren alcanzar su destino.
Shangó y Eleguá están considerados entre de los orishas más populares y venerados del panteón yoruba y son dos de las potencias africanas poderosas a las cuales acuden los devotos.
Se considera a Shangó, un Rey en la Regla de Osha, pues según la historia, fue realmente el cuarto rey de Alafin que al morir se convirtió en Orisha.
Es también Orisha de la justicia, la danza, y de gran fuerza viril, dueño de los tambores Batá, Wemileres, Ilú Batá o Bembés, de la danza y la música, Shangó representa la necesidad y la alegría de vivir, la intensidad de la vida, la belleza masculina, la pasión, la inteligencia y las riquezas.
Mientras, a Elegguá se le conoce como el príncipe del panteón yoruba, pues una leyenda indica que era de sangre real al momento de encontrar sus poderes.
El pequeño Eleguá es travieso y también representa la alegría y la vivacidad. Ambos son guerreros poderosos que defienden a aquellos que siguen el camino espiritual y que vigilan a sus hijos y devotos para alejarlos de peligros e infortunios.
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