Ikú es la manifestación del Panteón Yoruba de la muerte misma. Se aparece de improviso y reclama a aquellos que han concluido su tiempo de vida.
Llega bajo la apariencia oscura del esqueleto de un hombre o vestido de negro que camina fuera de la casa en busca de un pequeño orificio y por el que entra a llevarse las almas.
Y así sucedió con Orula, el adivino, a quien la muerte reclamó su vida y por ello tuvieron que hacer un pacto.
La única deidad que pactó con Ikú fue Orunmila, el sabio adivino mensajero de la palabra de Ifá, quien le mandó a respetar a sus hijos a través del Collar de Orula e Ildé.
Pataki de Orunmila e Ikú (la muerte)
Cuenta el patakí que el gran adivino Orula vivió un tiempo en un pueblo que le temía y hablaba mal de él incluso llegaron a pedir a la muerte que se lo llevara.
Pero el adivino vio en su tablero sagrado la presencia de Ikú y se dijo que tenía que hacer ebbó (limpieza) en una ceremonia de rogación con un ñame, y luego, untarse la cara con los pelos de la vianda (fruto).
Así Ikú vino a buscarlo por primera vez y él mismo, engañándola, le dijo que allí no vivía ningún Orula y la Muerte se fue.
Pero luego Ikú estuvo averiguando con los vecinos que le dijeron la verdad y se dio cuenta de que Orula lo había engañado, por lo que regresó para observarlo de cerca, hasta saber si era realmente el adivino que buscaba para llevarse al otro mundo.
Orula, la vio regresar y astutamente ideó otra forma de esquivarla, así que la invitó a comer y le sirvió una gran cena con abundante bebida.
Luego de comer y beber en abundancia, Ikú se quedó dormida y Orula aprovechó para robarle su arma más poderosa, la mandarria con que mataba a la gente.
Cuando Ikú despertó se desesperó al ver que no tenía la mandarria y rogó al adivino que se la devolviera.
El pacto de protección a los hijos de Orula
Así, después de mucho llorar, Orula decidió hacer un pacto con la muerte.
Le dijo a Ikú que se la devolvería si prometía que no mataría a ninguno de sus hijos, a menos que él lo autorizara.
Así dijo el Gran Adivino:
«De hoy en adelante le pondré una marca con mis colores, verde y amarillo, a todos mis hijos en la mano izquierda; con esta marca tú respetarás sus vidas hasta que les haya llegado la hora de abandonar la tierra”.
El ebbó salvó a Orula, y los sagrados collares y manillas que el adivino entrega a sus hijos, los salva de la maldad, de las oscuridades e infortunios, y después de aquel pacto, incluso los salva de la muerte.