El Orisha Obatalá es uno de los siete Orishas mayores y principales de la religión yoruba, deidad que nació como una encarnación de los dioses supremos Olofín y Oloddumare.
Y como su primer encargo fue el de crear la Tierra, es considerado el padre de todos los hijos, el creador de los seres humanos y todo lo que habita en el planeta.
Rige todas las partes del cuerpo humano, principalmente la cabeza y los pensamientos y prefiere todo lo limpio, blanco y puro. Por eso la pureza es su principal cualidad y lo que más aprecia, por lo que debe mostrársele el mayor respeto.
Obatalá es visto como un padre paciente y magnánimo, que trae inteligencia, paz y calma al mundo.
Oshún por su parte, es la alegría de la vida y la belleza y según las leyendas yorubas, es hija de Obatalá.
La diosa del Amor y los Ríos representa la intensidad de los sentimientos y la espiritualidad, la sensualidad humana, el amor y la feminidad. Adora los ríos, pues es su representación en la naturaleza y protege a las gestantes de todo mal.
Estos dos Orishas siempre han estado representados en estrecho vínculo de padre e hija. Veamos ahora un pataki que representa la cercanía y el amor entre Oshún y Obatalá.
Patakí de Oshún, Obatalá y la canción que los une
Cuenta este pataki, que Obatalá disfrutaba cantándole a su hija Oshún, sobre todo una canción particular que agradaba mucho a la pequeña: “Sawani Ibo Eleri, Leriche Oka Di Pola”
Se decía que Oshún cada vez que escuchaba la canción brillaba en sí de alegría y entusiasmo, por lo que Obatalá se la cantaba a diario.
Pero un día Oshún se fue de su casa y nunca regresó, dejando a su padre completamente abatido. Cuentan que Obatalá caminó mucho buscándola, y en todos los lugares preguntaba si alguien había visto a su hija Oshún.
La canción del Padre Obatalá
Un día mientras buscaba a Oshún por el bosque, Obatalá se sentó desesperanzado en una piedra y allí escuchó la canción que le cantaba a Oshún de pequeña. Lleno de alegría, caminó hacia donde la voz se hacía más fuerte.
Así atravesó numerosas plantas y un caudaloso río hasta que llegó a la otra orilla y vio a una bella joven jugando con el agua y cantando la canción que él recordaba perfectamente con mucha alegría.
Así que Obatalá se le acercó y le preguntó quién le había enseñado ese hermoso canto, a lo que la joven respondió que de pequeña su padre siempre le cantaba esa canción, cada día, cada noche. Y solo había escuchado esa canción de su padre y de nadie más.
Obatalá, sabiendo que la canción no la conocía nadie más, le pidió que la volviera a cantar, y la joven Oshún comenzó a cantarla.
Obatalá se le unió y ambos lloraron de alegría y cantaban con fuerza.
Oshún comprendió que Obatalá era su padre, y así lo abrazó y con él se fue y nunca más se volvieron a separar.