El cangrejo era un animal noble y humilde, este vivía en su cueva sin hacer daño a nadie, allí meditaba y estudiaba para superarse y obtener un mejor futuro donde la prosperidad y la salud lo acompañasen.
Pataki donde el cangrejo entregó su mayor riqueza a cambio de traición
Este tenía un amigo el cual era un hombre sin cabeza, en una ocasión dicho amigo deseó participar en una reunión que propiciaría Olofin en casa de Oque, con el fin de determinar quién gobernaría sobre la tierra.
Por lo que el hombre pidió al cangrejo que le prestara su cabeza, ya que él poseía muchos conocimientos e inteligencia, armas con las que este podría defender mejor sus criterios ante los presentes.
Llegado el día de la reunión el hombre se presentó en casa de Oque llevando consigo la cabeza del cangrejo.
Al comenzar a exponer su criterio se desenvolvía locuazmente, siendo la seguridad en sus palabras lo que dejaba sorprendidos a todos los que allí se daban cita.
Olofin quedó encantado con su desempeño y al parecerle tan sensatas sus ideas lo nombró portavoz de los hombres sobre la tierra, para que mediante su persona llegasen al Todopoderoso las demandas de los humanos de parte de una persona cercana e igual a ellos.
Mientras tanto el cangrejo esperaba impaciente a la salida del recinto a su amigo, para poder recuperar la cabeza que había prestado.
Conforme pasaban los minutos el cangrejo se iba impacientando, pues en tan poco tiempo había podido comprender que había ofrecido a su amigo su mayor riqueza y lo único que lo hacía diferente a los demás.
En la confianza está el peligro…
Después de una larga espera el hombre divisó al cangrejo al que le preguntó con voz ruda que hacía allí.
Este le contestó que había ido a buscar lo que le pertenecía.
El hombre molesto respondió al cangrejo que su deseo era quedarse con la cabeza y hacer uso de todos sus conocimientos para honrar su posición y obtener con esto una acaudalada fortuna.
El cangrejo en un intento desesperado por obtener lo que le pertenecía negoció con el hombre que le devolvería la cabeza siempre que la necesitara, pero que era su derecho permanecer con ella por ser parte de su cuerpo.
El hombre no entendió razones, diciéndole al cangrejo que aceptara de ahí en adelante su nueva condición.
El cangrejo triste partió hacia su casa marcando un sendero torpe, pues le faltaba la cabeza para hallar el equilibrio que le permitiera coordinar sus movimientos.
Triste llegó a su casa y al rodar por una loma tropezó con dos piedrecitas que tiempo después adaptó para que le sirvieran de ojos, más nunca olvidó que por bueno y confiado había perdido su cabeza.