En más de 60 años de servicio en el arte redimensionó valores en la indumentaria de esclavos, comparseros y gente de barrio, mientras lo hacía también con el costumbrismo y los atavíos de deidades como Changó y Oyá.
El trabajo del diseñador escénico Eduardo Arrocha zigzaguea entre las manifestaciones del teatro y la danza. También el cine conoció de su profesionalismo, pero de su participación en obras del séptimo arte no siente orgullo, según dice. Sin embargo, este maestro cambia de expresión cuando habla de uno de los hitos en sus más de seis décadas de dedicación a la cultura de su país: el comienzo en el Conjunto Nacional de Danza Moderna, hoy la compañía Danza Contemporánea de Cuba.
Allí inició como jefe de escena en 1961. Entonces Ramiro Guerra lideraba la agrupación y había estrenado coreografías como Mulato, Suite Yoruba, Rítmicas, La Rembambaramba, y la preferida de Arrocha: Auto Sacramental. Poco después le pidieron el diseño de vestuario para los tres personajes de esa última obra, mas luego asumió el de Fruta extraña, Saeta y Entreacto Barroco, en 1963.
Todos esos títulos y el tratamiento de sus temas contribuirían a la incorporación de bailarines con diversas características estéticas y colores de la piel que hasta ese momento no protagonizaban o interpretaban personajes en el teatro. No obstante, Eduardo aportó sin prejuicios a la dignificación, desde la deslumbrante belleza y creatividad el vestuario, a personajes segregados en la sociedad.
Redescubrió valores en la indumentaria de esclavos, chancleteros, comparseros… gente de barrio en definitiva tanto como los de las cortes europeas del siglo XVIII. Reconfiguró el costumbrismo de las batas de pasa – cintas y encajes de las mujeres de los solares de La Habana al igual que la riqueza de los atavíos de Changó y Oyá.
La pieza Medea y los negreros abrió oportunidades para artistas con esas características y al mismo tiempo significó un hito en la historia del Conjunto Nacional de Danza Moderna, afirma Arrocha mientras rememora cómo Ramiro logró conjugar un mito griego con las Antillas de principios del siglo XIX.
Este guanabacoensede 87 años posee una memoria donde todo conserva su lugar. No pierde ocasión para el halago a la música de raíces africanas que acompañaron las creaciones danzarías a lo largo de la década del ´60.
“El secreto estaba en que los percusionistas dotaban de autenticidad esas sonoridades en vivo porque le imprimían el sentimiento de los toques de la santería que muchos de ellos conocían, pues practicaban las religiones afrocubanas. Por ejemplo, la música de los congos sirvió de sustento en Medea y los negreros donde las bailarinas Luz María Collazo y Perlita Rodríguez ofrecían un espectáculo de belleza y sensualidad al público, embebido además en los movimientos de esas y otras talentosísimas mulatas”.
Eduardo Arrocha edificó escenografías de un sinfín de producciones, pero su fuerte fueron los vestuarios que él dotó de la exuberancia de la flora y la fauna cubana (introduce los caracoles y conchas del mar, además de amasijos de alambres y cuentas de madera); repiensa los elementos de mitos yorubas llevados a la teatralidad e incluso el uso de máscaras africanas.
Con simpatía comenta una anécdota entre lo trágico y lo cómico si se mira desde la distancia del tiempo:
“Durante una visita del bailarín y coreógrafo francés Maurice Béjart a La Habana en 1967, Ramiro Guerra le mostró un ensayo con vestuario del recientemente estrenado Orfeo Antillano, y mostró su complacencia, pero objetó el realista y recargado vestuario que ocultaba los valores físicos de los bailarines, entre ellos las grandes figuras Eduardo Rivero, Gerardo Lastra y Clara Luz Rodríguez”.
“Ramiro comprendió la necesidad de una revisión de los mismos, y conservando los de la escena del infierno yoruba, me solicita un nuevo diseño para el primer y último carnaval. Destruyeron mi idea original”, sonríe.
Eduardo Arrocha rememora como una de sus éxitos la contribución desde el diseño a la obra Súlkary, del coreógrafo y bailarín Eduardo Rivero. A 40 años de aquel estreno es una pieza cumbre dentro del repertorio del Conjunto Nacional de Danza Moderna – considera-, que para la década del ´70 cambiaría su nombre por el de Danza Nacional de Cuba.
A decir de la crítica: “Su arte es una transcripción directa de las tradiciones visuales de los yorubas cuando recrea ese tipo de temas. Él explora con su versatilidad creativa una cierta porción de esa cultura, sirviendo con los medios de una pintura ceremonial”. Este octogenario señor de la escena continúa inclinado ante su mesa de dibujo porque el trabajo lo alienta a vivir. Cuenta hoy con diseños para más de un centenar de directores teatrales y coreógrafos en más de 400 creaciones. Todo esto y más lo narra en el libro de su autoría “Palabra de diseñador”, próximo a ser presentado en Cuba.