Iroko es el Orisha relacionado a los deseos, ya sean buenos o malos, también es protector del caminante y es el espíritu que vive en la raíz para algunos y para otros en el follaje de la Ceiba.
Por eso ese árbol no se corta ni se quema y es sagrado para los yorubas. Para derribar a uno de esos árboles centenarios, hay que consultar con un babalawo y pedir el permiso de Iroko.
Patakí: Iroko, el Cielo y la Tierra
Cuenta este patakí que cuando se formó el mundo, el cielo y la Tierra tuvieron una discusión para saber quién era más poderoso.
La Tierra decía que era más vieja y poderosa que su hermana el cielo y reiteraba que ella era la base de todo, pues sin ella el cielo se desmoronaría, porque no tendría ningún apoyo. Explicaba que ella había creado todas las cosas vivientes, y las alimentaba y mantenía, por eso era la dueña absoluta.
El cielo refutó que para que aprendiera su lección se marcharía y su castigo sería tan grande como su orgullo.
Dicho esto, se alejó el cielo e Iroko, la ceiba, preocupada, comenzó a meditar en medio del gran silencio con sus raíces bien hundidas en las entrañas de la tierra y sus ramas extendidas a lo alto.
Iroko comprendió que había desaparecido la armonía, venían desgracias porque hasta ese momento, el cielo había velado sobre la Tierra para que el calor y el frío tuvieran efectos benévolos.
Pero la enemistad que se desató cambió todo. No llovía y un sol implacable lo calcinaba todo. Todas las criaturas sufrían la ausencia del cielo.
Iroko trae la bendición a la tierra
Con la marcha del cielo, toda la vegetación desapareció y sólo Iroko permaneció verde y saludable porque siempre había reverenciado al cielo con sus largas ramas.
Iroko les daba instrucciones a los demás que podían penetrar el secreto que estaba en sus raíces. Muchos fueron los que entendieron la magnitud de la ofensa y se humillaron y purificaron a los pies de la ceiba haciendo ruegos y sacrificios al cielo.
Finalmente Ara-Kolé (el aura tiñosa) consiguió trasmitir las súplicas de los hombres al cielo, el cual se conmovió e hizo que grandes lluvias descendieron sobre la Tierra.
Los que habitaban la tierra se salvaron gracias al refugio que les ofreció Iroko. Luego volvió a reverdecer, aunque nunca regresaron los días felices del principio del mundo en que todo era paz y armonía.
El cielo ya no era enemigo, pero permaneció indiferente. Y aunque Iroko salvó a la Tierra, mucho se perdió por causa del orgullo.