El pintor cubano Manuel Mendive fue el primero que contó la religión de los orishas en Cuba, especialmente el acervo Yoruba.
El maestro Manuel Mendive emerge como un artista autorreferencial, formado en medio del fervor por las tradiciones africanas. Estas devienen fuente imprescindible de su poética junto al tema del negro, signado por la magia y el espíritu de sus visiones del culto.
Cuando el artista celebrará sus 77 años este 2021, es momento de significar su obra y legado, pues pocos como él hunden sus raíces en lo más genuino de una filosofía religiosa, para expresar con sabiduría los componentes de esa arista de la cultura cubana.
“Su idiosincrasia florece y se transforma en lenguaje propio – dice la crítico de arte y curadora Hortensia Montero – , condicionado por un arte ligado a sus orígenes (él es practicante de la Santería o Regla Ocha, gracias al legado de sus padres y familiares), mediante el contacto con su realidad de gran influencia en el desarrollo de su lenguaje artístico”.
ÉL es uno de los artistas cubanos de mayor trascendencia y reconocimiento en el mundo, desde los años 60´s del siglo XX. En 1963 se graduó en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro y un año después presenta la primera exposición personal, donde apresa su medio e historia naturales. A partir de entonces configura un universo de imágenes ligadas a los ancestros y conduce su búsqueda aún más en la indagación acerca de creencia, hábitos, conductas, mitos de gran riqueza creativa y comportamientos de esa cultura.
Con anterioridad, otros creadores habían utilizado imágenes y símbolos, personajes y atributos de la religión Yoruba, pero ninguno los había representado sin renunciar a su pasado cultural, ni a su realidad histórica. Algunos reconocen en las creaciones de este gran maestro una relación a las de Wifredo Lam, y así mismo igualan su genialidad. Pero Mendive, “deviene “portador de un conocimiento de la vida, de creencia y de mitos de gran riqueza creativa que barre con las fronteras de los formatos y las técnicas tradicionales”, resalta el escritor y crítico italiano Mario de Micheli.
Su experimentación constante revoluciona las vanguardias del arte en Cuba e introduce inusuales experiencias de comunicación popular. Establece vínculos entre la pintura y la escultura. En la madera, su soporte favorito en las primeras etapas, utiliza diversas técnicas: lo misma quema, pega, graba, pinta y/o adiciona materiales superpuestos. De ahí que su obra se considere pintura de corte escultórico.
El comienzo de sus viajes a África, en 1982 y 1983, genera un desbordamiento de la fantasía y la invención de seres fabulosos, criaturas de su imaginación personal no tomados de, ni inspirados en mito alguno. Comienza un período donde los performances centran su trabajo: cuerpos pintados dentro de ambientes rituales vagan por calles y callejones de La Habana Vieja en referencia literal a danzas y ceremonias afrocubanas.
Mientras, “el propio artista participa, pero nunca de manera protagónica, sino como una especie de coreógrafo que deambula por el escenario con cierto aire asombrado y risueño, mientras a su alrededor bailan o se agitan estrafalarios personajes provenientes del monte, del río, del mar, del inframundo, de ultratumba, haciendo contorsiones y muecas”, describe la ensayista Lázara Menéndez en su libro Para amanecer mañana hay que dormir esta noche. Universos religiosos cubanos de antecedente africano: procesos, situaciones problémicas, expresiones artísticas.
En relación a esto, el artista respondió en una entrevista con la periodista Anabel Merejías:
“la gente aprecia mucho mis performances, se entusiasma con ella, quizás por la belleza del cuerpo, por la pintura, quizás por lo que las personas evocan, o quizás porque se sienten partícipes de una especie de conspiración secreta”.
“En realidad, no creo que las performances sea lo más grande de mi obra, -considera-. Por lo menos lo hago con mucho amor, porque es una forma de decir todo lo que he contado, de otra manera, usando el cuerpo. Se tratan de esculturas vivientes con las que el público interactúa, participa, convirtiéndose en un personaje más de la obra”.
Esos tipos de actos creativos no son especialmente intelectuales, sino sensuales, sensoriales, emotivos, ya que hace intervenir todos los sentidos: la vista, el oído, el olfato, el tacto, incluso el paladar, además del corazón y el cerebro. “Aunque sus obras posean elementos narrativos y simbólicos que remiten a la intrincada religión de los orishas, la fuerza de sus espectáculos está dirigida al goce, a la celebración de la vida más que a la comprensión; sus ideas son disparadas directamente a la pasión, a los sentimientos más que a la mente”, asegura la catedrática Adelaida de Juan en el Catálogo de 2011: El monte Suena.
Con todos esos recursos, y auxiliado con los saberes provenientes de su aprendizaje académico, de su conocimiento de la historia del arte y de sus experiencias directas en las sociedades africanas, Mendive “ha logrado provocar dentro del arte y cultura cubanas umbrales de sensaciones, emociones, sentimientos, ideas, misterios, de efervescencias espirituales, que (…) han permitido a multitudes de espectadores participar de experiencias profundas, de mayor intensidad que las exclusivamente estéticas”, sentencia Lázara Menéndez.
Por tal motivo, este 2021 es ocasión para festejar la existencia de un hombre que fortalece su espíritu a través de la relación con la gente y cuya poética, estética e iconografía merecieron premios a partir de la II Bienal de La Habana hasta la XIII edición del evento en 2019, además, de exposiciones tanto personales como colectivas en Londres, Venecia, Estados Unidos, entre muchos otros países de África, América Latina y Asia.