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Santiago Alfonso: La impronta de lo Africano en el cuerpo y alma de un cubano

Santiago Alfonso

El coreógrafo y director de compañía siente orgullo por fundar, en los años 60, un movimiento a favor de sus raíces culturales y contra los prejuicios raciales en la danza.

La autoridad de Santiago Alfonso en la cultura del país donde nació y vive no solo responde a su historia de más de seis décadas en la danza cubana, sino también a su valentía a la hora de contarla. Cuando las celebraciones, en 2020, del aniversario sesenta del Conjunto de Danza Moderna, hoy Danza Contemporánea de Cuba, este bailarín, coreógrafo y Director de compañía rememoró cómo el maestro Ramiro Guerra rompió con ataduras que sumían a la cultura del negro a algo menor.

“Partió de nuestras raíces, tanto en lo danzario como en lo musical”, cuenta mientras manifiesta cuánto orgullo le satisface haber sido uno de los fundadores de un movimiento donde enfrentaron importantes desafíos en los albores de la década de 1960.

“Otro de los que se enfrentó junto con Ramiro a todo aquello fue el musicólogo Argeliers León. Entre ambos había una constante comunicación que a su vez nos aportaban visiones y conocimientos a todos los jóvenes de la agrupación. Con Argeliers trabajaban directamente una serie de religiosos de alta categoría en La Habana. Recuerdo, por ejemplo, a Jesús Pérez, Trinidad Torregrosa y Nieves Fresneda, quienes se convirtieron en nuestros profesores de folclor”.

“Entre ellos no existía la mirada hacia el ámbito del negro como algo marginal, tan común en esa época. Nos enseñaban todo de ese mundo, pero desde el punto de vista cultural porque su objetivo era darle un valor a esa cultura. Nunca se planteaban los temas de las obras a través del tratamiento de lo religioso”, enfatiza.

De lo moderno en la danza y su fusión a las expresiones del sincretismo africano surgían creaciones tendentes a una vanguardia que “producía asombro en el público, pero en sentido a lo positivo, no al rechazo”.

“Entre 1969 y 1970 empezamos a hacer danza- teatro cuando eso todavía en Europa no se conocía. Impromtu galante es la primera obra que se hace en Cuba, donde nosotros bailábamos, actuábamos y cantábamos. Ramiro Guerra nos llevaba a los bailarines que participábamos en esa y otras obras por un camino de vanguardismo total”, afirma Santiago.

El coreógrafo Alberto Alonso, cuñado de Alicia, tenía el ballet experimental donde hacía teatro musical. Sin embargo, desde el año 1941 venía trabajando en la cubanización de la danza académica.

“Influenciar e introducir en lo clásico la manera cubana también era una forma de inclusión para los artistas como yo, porque en ese sueño reflejaban nuestras raíces”.

No obstante, a la voluntad de Alonso se contraponía “el criterio de una mujer de muy alto magisterio en el ballet que consideraba que todo lo que no fuera eso no tenía ningún valor. ¿Quién le dijo a Ramiro Guerra que va hacer un movimiento de danza moderna en Cuba con negros? – se preguntó ella algunas ocasiones-.

Otros dijeron que él estaba apoyando la santería en Cuba, cuando se hizo Suite Yoruba”.

“Esos eran algunos de los pensamientos con atisbos de racismo que prevalecían. Nunca entendí por qué ejercían esa lucha como si la danza académica fuera antagónica al resto de los estilos. Yo nunca he dejado de valorar la importancia de la formación de un bailarín en la academia. Un verdadero bailarín tiene que estudiar ballet”.

No obstante, a eso tabúes nos enfrentamos trabajando y poniendo al criterio del pueblo y a la visión de la crítica las creaciones. Mambí, Mulato, Milagro de Anaquillé…

Santiago considera que un momento de ruptura lo constituyó el estreno de Suite Yoruba donde mezcla elementos folclóricos de esa religión afrocubana traídos al teatro y vistos desde la concepción de la danza.

 “Lorna Burdsall y Ramiro Guerra, después de ellos lo hizo Elena Noriega, usaban a los bailarines de acuerdo a la necesidad de la obra, pues no existían discriminación racial en la conformación de los elencos ni en la composición de la compañía. Eso daba dignificación al bailarín negro”.

“Los solistas éramos todos y cuando hacía falta formar parte del cuerpo de baile lo hacíamos también. Recuerdo que Eduardo Rivero, primer bailarín en ese entonces, hacía cuerpo de baile en algunas coreografías. Y así sucedía con todos” relata.

“Significó la aceptación tácita de la presencia no solo racial y estética sino también cultural”, asegura este maestro.

En su memoria guarda con cariño y nostalgia nombres de los primeros integrantes del Conjunto de Danza Moderna, radicado en el Teatro Nacional de Cuba: José Ramón Pradas, Eduardo Rivero, Arnaldo Patterson, Antonio Caballero, Alberto Méndez, Florangel Baeza, Jonás Bombarlé, Ileana Farrés e Irma Obermayer, entre otros.

 “Todo lo anterior constituyó un precedente para el surgimiento de la Escuela cubana de Danza que ya está un poco echada a un lado porque ahora está de moda lo contemporáneo”, dice en tono de jaraneo, pero en la inflexión de la voz hace pensar en una provocación o inconformidad: “La compañía ha dado un giro hacia otros derroteros. Eso es innegable”.

Pero la elegancia es una cualidad de la personalidad de Santiago Alfonso. Por esto, sus últimas palabras de esta entrevista son de agradecimiento a los jóvenes bailarines, coreógrafos, maestros y quienes dirigen hoy Danza Contemporánea de Cuba.

En ellos, hay algo que te recuerda el origen. Alguna reminiscencia en el movimiento. Pero hay que ser dialécticos. Todo evoluciona. Al ir adelante con su movimiento han perpetuado el nuestro”, concluye.

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