Elegguá es algarabía, justicia y lucha, Orisha que es siempre el primero en ser llamado en todo acto religioso o festividad, es también el último en despedirse.
Se esconde entre los caminos para hacer sus travesuras y salvarnos de la muerte y los infortunios. Es la deidad del inicio y el fin de todos los caminos y del destino, es también el nacimiento y la muerte, el bien y el mal.
Es venerado por ser el dueño absoluto de los montes, donde hace trampas y se burla del destino, caza la felicidad y las buenas oportunidades de la vida. Puede ser él, decisor de la felicidad o infelicidad de los seres humanos.
Mientras, Orunmila es aquel a quien se acude en busca de consejo. Es la sabiduría y la razón, las buenas decisiones, el gran benefactor de la humanidad y su principal consejero. Orula es el guía sabio que dirige a sus hijos por el buen camino, el adivino que te alerta y con un consejo te salva.
Es el Orisha de la adivinación, el oráculo supremo y revela el futuro a través del secreto de Ifá. Posee todo el conocimiento acumulado sobre la historia de la humanidad.
Eleguá y Orula, el pataki
Presentamos el pataki de cómo Orula y Eleguá dan una lección a la soberbia y arrogancia de los babalawos.
Cuenta la historia que el sabio Orunmila había regresado a la tierra para ver cómo les iba a todos los Babalawos que había entrenado en las artes de la adivinación.
Así, viajó de pueblo en pueblo para saludar a sus antiguos alumnos.
- “Orunmila, qué bueno verte”, dijo uno. “No tengo tiempo para hablar con usted ahora, tengo una cita”.
- “Orunmila, ¿cómo estás? Si vuelve el miércoles, voy a ser capaz de atenderlo”, dijo otro.
Por la falta de atención de sus sacerdotes, Orunmila estaba furioso. Todos sus antiguos alumnos lo ignoraron, pues estaban más preocupados en enriquecerse y tener una gran reputación en honor a su viejo maestro.
El sabio Orunmila decidió entonces darles una lección y dijo que iba a desafiar a todos los Babalawos a un concurso para ver quién utiliza los oráculos mejor. El que perdiera debería pagar.
Pensó que, después de avergonzarlos, todos los Babalawos lo respetarían nuevamente.
Así que fue a la ciudad más cercana y desafió a los Babalawos y resultó ser el mejor lector de los oráculos, por supuesto.
Sin embargo, los Babalawos se negaron a pagar Orunmila la cantidad acordada.
En eso apareció Elegguá, y se acercó a Orunmila y a un Babalawo.
- “Hola, Orunmila, ¿cómo estás hoy?” dijo Eleguá.
- “Estoy enojado, Eleguá” respondió Orula.
Al preguntar Elegguá qué había ocurrido, Orunmila le explicó la situación.
Eleguá miró de arriba abajo a los Babalawos nerviosos.
- “¿Es eso cierto? ¿Están tratando de engañar a Orunmila?”
- “Bueno, Señor Eleguá …” balbuceó el Babalawo.
Antes de que pudiera decir otra palabra, Eleguá se acercó y puso su mano de poderoso guerrero alrededor del cuello del Babalawo y alzó su palo garabato sobre la cabeza de este.
- “¿Qué vas a hacer?” dijo Eleguá, golpeando al Babalawo en la nariz con su garabato.
- “Voy a pagar a Orunmila. Voy a pagar a Orunmila”, tartamudeó el Babalawo y tomó su bolsa de dinero de sus ropas y le entregó todo a Orunmila.
- “Una cosa más”, dijo Eleguá al Babalawo.
- “¿Sí?” El Babalawo respondió con miedo.
“Como que te has olvidado de que los oráculos son para comunicarse con los Orishas y no para aumentar la riqueza del Babalawo, voy a prohibirte el uso del Dilogún por siempre.”
Y así los dos Orishas se fueron dejando al Babalawo en llanto.
Así, se demuestra que la humildad nos hace sabios, porque en esta vida nadie nació siendo grande. Jamás debemos olvidar nuestras raíces ni pensar que mirar hacia atrás es retroceder, porque recordar de dónde venimos es también parte de nuestra grandeza.
No llegará demasiado lejos el que no tenga buena memoria para recordar y buen corazón para agradecer.