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¿Cómo el gran Shangó se enamoró de su madre Yemayá?

Pataki de shangó y yemayá

Mucho se ha dicho de los enormes poderes de la Reina de las Aguas Yemayá, Madre del Mundo y de todas las cosas de esta Tierra, mujer impetuosa que como las olas de los mares que le pertenecen arremete contra el mundo cuando los hombres son irrespetuosos.

Es la más poderosa de los Orishas y tan vieja como el padre del mundo Obatalá. Y aunque por su carácter arrebatado y su ira incontrolable perdió la hegemonía del mundo, es quien controla toda la energía natural que emana de las aguas saladas y ahora rige la superficie de los mares.

Pero por sus inmensos poderes incluso otros Orishas le deben inmenso respeto. Y así lo supo el gran Shangó, dueño del trueno y de los tambores, quien según cuentan las leyendas yorubas, fue hijo de crianza de Yemayá.

Patakí de Yemayá y su hijo Shangó

Cuenta el patakí que Yemayá fue la madre de crianza del rey Shangó y que el impulsivo joven la adoraba en todo sentido.

Pero un día Yemayá decidió ir al fondo del mar y pasó mucho tiempo allí sin que nadie la viera, pasando su tiempo meditando y organizando sus ideas.

Yemayá se encontraba en lo más profundo de las aguas, ordenando su mundo entre caracoles y peces, por lo que Shangó pasó muchísimo tiempo sin verla de nuevo desde que se fue.

Y la Reina de los mares comenzó también a extrañar la tierra y a sus seres queridos. Un día escuchó el sonar de unos tambores que la invocaban a participar en la fiesta mediante el llamado al Wemilere.

Así que la diosa deseó volver al mundo de los hombres y vistió con sus mejores galas de color azul para llegar a la fiesta.

Shangó no reconoce a su madre

Cuando llegó a la tierra comenzó a reír y a bailar y su belleza y el tiempo sin verla hizo que Shangó no la reconociera. El dios del trueno esa noche tocó, cantó y bailó para ella, y decidió seducir a la bella joven vestida de azul.

Yemayá al ser consciente de la situación decidió tenderle una trampa y con voz dulce, lo invitó a visitar su ilé (casa). Shangó la siguió, pero al llegar a la orilla del mar, se detuvo y le dijo con pesar que no sabía nadar.

Pero la diosa lo convenció de que no tenía nada que temer y él decidió continuar mar adentro cegado por su belleza.

Ya a una buena profundidad, Yemayá saltó del bote e hizo hervir las aguas convirtiéndolas en remolinos. Y así Shangó se cayó del bote y comenzó a luchar con las olas para no ahogarse.

Comenzó a suplicar ayuda a Yemayá, pero ella no le prestaba atención y lo miraba hundirse en las aguas.

Cuando estaba a punto de morir, ella subió por encima de las aguas y le dijo: “¡Ahora me conoces! ¡Respétame!”

Shangó, la reconoció entonces y le pidió perdón. Así, Yemayá lo salvó del mar y le dio una lección de respeto que nunca el dios del trueno olvidaría.

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