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Pataki Yoruba sobre el agua salobre y la Orisha Yemayá

Pataki Yemayá y la sal

Al principio de los tiempos el agua de mar poseía un sabor muy distinto al que conocemos hoy en día, la sal escaseaba en el planeta y los alimentos a duras penas eran condimentados con este polvo blanco.

Se conocía de la existencia de este producto el cual era muy lejano para algunos pueblos mientras que en otros se encontraba a precios inaccesibles.

Debido a esto el pueblo pasaba infortunios y era oprimido por la explotación que se sostenía en la obtención de este producto en las minas.

Pataki de Yemayá y los dos príncipes

En el reino lejano de Oyo moraban dos príncipes muy distintos entre sí, el primero era descendiente de la Orisha Yemayá y vivía sumido en la extrema pobreza, mientras que el segundo monarca era heredero de Shangó y vivía rodeado de pompas y lujos, fortuna que provenía de la venta de la sal que este desarrollaba con el fin de enriquecerse.

Encontrando la fortuna al pie de Yemayá

El príncipe de origen humilde vivía sumido entre la caridad y las burlas del monarca regente de la sal, este inundado por la desesperación fue a visitar un día a Orunmila el gran adivino de Ifá el que le indicó que fuera a buscar fortuna a los dominios de su madre Yemayá y conversara con esta con el fin de ventilarle sus preocupaciones.

Al llegar a la costa su madre lo esperaba ansiosa, esta le obsequió un mortero y le sugirió que visitara nuevamente a Orula para que este lo ayudara a develar el misterio del mortero.

Con la ayuda del adivino el mortero adquirió propiedades sobrenaturales que solamente podían ser convocadas por el humilde príncipe.

La bendición de la sal se reparte al mundo

Con el golpear de este mortero, el príncipe obtuvo la sal que tanto anhelaba, elemento que esparció por el mundo compartiéndolo equitativamente con los necesitados, el cual llevó hasta el océano en agradecimiento a su madre, al verterlo en el mar sus aguas se tornaron saladas y desde ese día estas poseen el sabor que conocemos en la actualidad.

El descendiente de Shangó que regía el comercio de sal se vio sustituido ante la virtud del otro monarca, pues no pudo obtener ingresos mediante el comercio de la sal.

Este hecho lo hizo entrar en la ruina y reflexionar sobre su comportamiento, comprendiendo que la avaricia es uno de los defectos que conducen al ser humano por la senda incorrecta de la vida donde solo se encuentra soledad.

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