El gran Orisha Obatalá es el padre y la madre de todos los hombres, escultor del universo, los seres humanos y todo lo que habita en el planeta. Es aquel que disfruta del color blanco y de todo lo pacífico y puro. Es sabio, protector y guerrero incansable por la justicia.
Representa la creación y todo lo superior, pero también puede llegar a ser déspota y estricto, aunque es normalmente caracterizado como un padre lleno de paciencia y amor hacia sus hijos.
Sin embargo, todos saben que enfadar a Obbatalá es lo peor que puede ocurrir, es tan justo que no tolera una falta de respeto, su castigo es impetuoso.
Por su parte, el Dios del trueno y el impulso, Shangó, tienen un carácter explosivo, energía eterna y gran fortaleza. Es un guerrero poderoso, rey y luchador de múltiples batallas, Orisha de la justicia, de los rayos, y del fuego en el panteón Yoruba y dueño de los tambores, del baile y la música.
A Shangó tampoco es recomendable enfadarlo, pues dejará caer como rayo, su puño de justicia.
Pero un buen día, estos poderosos dioses decidieron enfrentarse por el mando del mundo.
Pataki de los orishas Shangó y Obatalá
Cuenta el patakí que por un tiempo la tierra estaba sin gobierno ni dirección por lo que se buscaba al Orisha que pudiera regir sobre los hombres y ayudarlos en su supervivencia.
Así, dos de los más fuertes Orishas quisieron ocupar el puesto. Una fuerte pelea comenzó entre Shangó y Obatalá por estar al frente de la Tierra.
En medio de la disputa, Shangó retó a Obatalá a que se armaran con grandes hachas para así escoger quien era el que debía gobernar al mundo.
Obatalá aceptó el reto, pero sabía que en una pelea así, perdería con Shangó que era un Orisha más joven, más fuerte y más ágil que él.
Obatalá va al pie de Orula a consultarse
Por ello el Padre de los Orishas acudió a Orunmila, el gran adivino que descifraba el pasado y también el futuro, quien le dijo que debía hacerse una rogación con la frase “akuko meyi, asho funfun y dundun”, usando semillas de melón y owo. También mandó que le diera akukó (Gallo) a Eleguá y a Oggún, para ganar la pelea ante Shangó.
Luego de la ofrenda, Eleguá le dijo a Obatalá que fuesen a hablar con Oggún, el dueño del hierro, para que le construyera las hachas que utilizaría en el duelo.
Obatalá así lo hizo y estuvo seguro de que no perdería la lucha. Eleguá y Oggún prepararon las hachas y la que le entregaron a Shangó tenía el cabo partido de manera que el Orisha no se percatara.
Shangó pierde la batalla
El gran Olofin presidió la pelea y dio la orden para el inicio de la lucha y Obatalá tomó el hacha buena y le entregó a Shangó la otra.
Así comenzaron a tirar golpes a diestra y siniestra y Shangó parecía ganar la batalla, pues derribó a Obatalá.
Pero casi al proclamarse vencedor, el cabo del hacha se partió, lo que aprovechó Obatalá para derribarlo y lanzarlo al piso.
Olofin declaró a Obatalá como ganador y desde este momento le dio el mando de la tierra y Shangó se arrodilló ante Obatalá solicitándole su bendición.
Cuenta la leyenda que Shangó con el decursar del tiempo se enteró de la trampa de Obatalá y por ello lanzó una maldición sobre la tierra.
Obatalá logró su objetivo porque siguió al pie de la letra los consejos de Orula, y como la santa palabra del adivino nunca cae al piso, el sabio padre salió victorioso de una batalla que consideraba perdida.