En la religión yoruba hablar de los tratados con el diablo Abita se hace respetuosamente y es que esa entidad se lleva la desconfianza de todos aquellos que lo reconocen.
Es una de las entidades consideradas Orishas menores y representa la existencia de la maldad, pues es poseedor de un poder muy negativo en la mitología yoruba.
La religión yoruba coloca a Abita como uno de los pocos Orishas cuya energía es negativa, usada con frecuencia para hacer daño o para llevar a cabo venganzas a nombre de quienes le rezan.
Pero no debemos confundir el concepto de Diablo de los cristianos con la Deidad Orisha que es el Diablo Abita. Existen similitudes y diferencias entre ambas representaciones malévolas.
Similares son sus deseos de causar daño, pero a diferencia del Diablo de los católicos, Abita atiende las peticiones de los que fueron heridos en el pasado.
No obstante, la analogía de este Orisha con el Diablo es considerada en algunos cultos, en otros solo es una deidad malévola.
Abita, salvador de la maldad con más maldad
Aquellos que invocan a Abita siempre tienen como fin hacer daño o colocar un maleficio, aunque se dice que hay personas que intentan acercarse al orisha para dominar su propia maldad y transformarla para realizar buenas acciones.
Pero muchos de los que se entregan al culto de Abita son los que han sido dañados en el pasado y que desean devolver el mal como venganza.
El patakí de Abita y Shangó
Cuenta el patakí que Shangó tuvo un hijo en esta tierra y fue maltratado en donde habitaba, sin conseguir la paz y llorando todo el tiempo.
Un día, estando cubierto de lágrimas, hambriento, desnudo y golpeado, llamó a Olofín en la orilla de un río cercano. Luego, las lágrimas que cubrían su cuerpo se volvieron espinas.
Así con el cuerpo lleno de espinas, logró esconderse en las cercanías del río y protegerse de sus enemigos, quienes no podían hacerle más daño.
Sobrevivió hinchándose y mostrándole sus espinas, haciéndoles huir con temor, y manteniéndolos alejados.
Mientras más lágrimas lloraba, más se llenaba su cuerpo de espinas alejando a sus enemigos, pero también a aquellos que se acercaban con bondad a consolarlo.
Cuando Shangó vio a su hijo, se conmovió del sufrimiento por el que estaba pasando.
Así dio una vuelta de carnero y se volvió Abita. En ese momento, dijo en tono alto y firme:
“Yo soy Abita. Yo soy Shangó. Y yo soy Orunmila. Te voy a dar el poder para conseguir vencer a tus enemigos. Te voy a dar el poder para que se alivien tus penas y tus dolores”.
Tomó así a su hijo y le dio su gran poder en un anillo de oro que tenía una piedra negra.
Luego le dijo:
“Siempre que me necesites, acércate al pie del árbol con este anillo. Grita lo que te he enseñado. De inmediato vendré a ayudarte. De inmediato vendré a defenderte”.
Desde entonces Shangó es su protector y quien lo defiende de sus peores enemigos, la fortaleza del Rey del fuego gana batallas y cuando se trata de sus omo (hijos) su fuerza es descomunal.