Oyá Yansa era la esposa de Oggún el Orisha dueño del hierro, esta al ser una deidad guerrera acompañaba a su marido siempre en el campo de batalla donde peleaba ferozmente a la par que le cuidaba las espaldas.
Esta era tan audaz en la disciplina bélica que era capaz de combatir con todos los atributos creados con el metal, elemento natural sagrado con el que Oggún confeccionaba sus instrumentos de trabajo y armas de defensa.
Pataki: Oyá conoce al mejor Guerrero, Shangó
Cierto día en medio de una campaña bélica, la joven santa conoció a Kawó Silé el mejor guerrero que ha avistado la humanidad, deidad dueña de la candela y los tambores Batá.
El flechazo de la pasión entre ambos fue instantáneo, en un abrir y cerrar de ojos el amor había surgido entre estos pasando en un segundo de ser dos desconocidos en dos almas gemelas.
A raíz de este amorío surgido entre Oyá y Shangó, nace el distanciamiento del rey del trueno con Oggún el dueño del trabajo, pleito que vio sus luces por el corazón de Yansa.
Un día de fiesta y bebida, Shangó fue aprisionado por causar un gran alboroto público.
Pasaron los días y como Shangó no regresaba al hogar Oyá tomó su pilón con el afán de descubrir mediante la clarividencia lo que pasaba con su amado.
Yansa invoca a la centella para salvar a su amado Kawó Silé
Al percatarse que Kawó Silé estaba preso Oyá miró al cielo y comenzó a invocar a las centellas, el cielo se estremeció y comenzó a tornarse gris como si en cualquier momento se fuera a desatar un temporal feroz.
Una vez terminada la invocación una centella rompió la cerradura que mantenía a Shangó cautivo, al alzar la mirada observó que las centellas brotaban del cuerpo de Yansa quien se acercaba al lugar sobre un fuerte y devastador remolino.
Oyá tomó a Shangó y lo llevó consigo hasta su tierra, lugar en que ambos estuvieron seguros.
Fue a partir de ese día que el hombre de la guayabera descubrió que la Orisha Oyá poseía el don de la invocación de la centella.
Este hecho propició que Kawó Silé respetara aún más la voz y la acción de Yansa, a la que ya no solo admiraba por su inteligencia y destreza militar, pues también lo hacía por sus poderes divinos relacionados con la transformación de la energía y el dominio del aire.