Otrupon Meyi es un odun muy rico y diverso, a través de sus pataki Ifá da lecciones a los religiosos alertándolos de los peligros a los que está propenso el hombre que le sea marcada esta letra, a la par que le narra cómo salir victorioso de las batallas que enfrentará.
En este signo es preciso ser muy prudente pues la envidia y la deslealtad son dos de los grandes osogbos que persiguen al religioso.
Mientras, se aconseja al creyente ser conforme con lo que recibe por parte de sus Eggunes y Orishas, pues la avaricia es fuertemente castigada.
Dice Ifá: En Otrupon Meyi nace la dominación.
Relata el pataki que el tigre era uno de los animales más feroces de la selva, este infundía gran temor sobre los demás, imponiendo su linaje por encima de todos.
Pero a pesar de poseer tantos beneficios no se encontraba contento con lo que tenía.
En una ocasión fue a visitar a Orunmila para que el adivino lo consultara y este le marcó el odun Otrupon Meyi advirtiéndole que:
Sobre su persona nadie podía imponerse porque esto lo atrasaría en la vida y que este debía luchar siempre por liderar y no ser liderado en todos los escenarios en los que se encontrase.
Orunmila descubrió a sus enemigos
Orunmila el gran adivino de Ifá tenía muchos enemigos, de los cuales la gran mayoría se encontraban solapados y desde sus posiciones se encargaban de sabotear los planes del oráculo.
Un día registrándose descubrió la amenaza de los envidiosos que desde el anonimato lo maldecían.
Por lo que comenzó a realizarse un ebbó para poder limpiar su astral y depurar de este modo las malas energías de las que estaba rodeado.
Ifá le había advertido que debía salir con un puñal, arma que emplearía para desenmascarar a sus enemigos.
Ifá nos abre los ojos para desenmascarar el mal…
De esta forma Orunmila comenzó a andar y cercano a su casa vio un costal de trigo y al pincharlo con el puñal se percató que era un león que aguardaba su paso para atacarlo.
Siguió andando y observó una cuerda que frenaba su camino y al tocarla con el puñal desenmascaró a la serpiente, la que siempre se arrastraba y lloraba sus penas en casa de Orula para que este la ayudase, pero esta vez lo esperaba con los colmillos afilados para morderlo.
Así durante su trayecto el gran adivino descubrió uno a uno los enemigos solapados que poseía, pues gracias a Ifá había abierto los ojos.