Obbatalá, padre del mundo y de los Orishas, siempre se caracteriza como padre paciente y bondadoso. Pero también puede ser frío y justiciero cuando debe castigar una afrenta, no perdona fácilmente cuando la falta es grave.
En muchas leyendas se le describe así junto a Oggún, el Orisha guerrero, patrón de los metales y trabajador incansable, que cometió un vil acto por el cual su padre Obatalá quiso maldecirlo y lo obligó a permanecer oculto en los montes.
Patakí de Obatalá y Oggún
Cuentan que Obatalá vivía con su esposa Yemú, nombre que señala uno de los caminos de la madre del mundo, Yemayá.
Juntos tenían una bonita familia de cuatro hijos: Eleguá, Ogún, Osun y Ochosi, conocidos en la Regla de Osha como «Los Guerreros«, además de una hija mayor, Dadá, que no vivía con ellos.
Todos los días Obbatalá se marchaba a hacer sus labores y tres de sus hijos se quedaban trabajando en el campo, mientras que Osun el vigía, era el encargado de cuidar la casa y decirle a su padre todo lo que allí sucedía.
Pero su hijo Ogún tenía un secreto, se había enamorado perdidamente de su madre y casi ni trabajaba ya contemplándola.
Tanto fue su amor y obsesión que un día Oggún decidió forzar a Yemu. Pero el audaz Elegguá se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y se lo contó a Osun.
Oggún que no quería perder a su madre, corrió a Elegguá de la casa y le sirvió abundante maíz a Osun, para que se durmiera después del almuerzo y no lo viera junto a Yemu.
Obbatalá se entera de la falta de Oggún
Elegguá no se dio por vencido y esperó a su padre en el camino y le contó todo lo que sucedía. Obbatalá no lo podía creer y decidió comprobarlo por sí mismo.
Al día siguiente, Obatalá no fue a sus labores y en cambio se quedó escondido cerca de la casa. Cuando vio que su hijo Ogún cerraba la puerta después del almuerzo, montó en cólera y tocó con su bastón llamando a Oggún.
Al abrir Oggún, Obbatalá vio a Yemú, muy asustada, y se dispuso a maldecir a su hijo.
Pero Oggún, arrepentido, le dijo: “No me maldiga, Babá. Yo mismo me impondré mi castigo. Trabajaré día y noche mientras el mundo sea mundo”.
Su padre accedió y le mandó a esconderse en los bosques y nunca más volver. Así el Dios del hierro se maldijo a sí mismo a vivir en el monte, como guerrero, cazador y trabajador incansable.