Las hermanas inseparables de la religión yoruba, Yemayá la diosa del mar, Oshún la reina del río y Oyá la dueña de la centella, juntas son amor y fortaleza, representan fuerzas naturales poderosas.
Yemayá, madre de todos y dueña del mar
Yemayá es la deidad yoruba de las aguas saladas y la orisha de la maternidad. Está en la naturaleza, en el mar y en las crestas de las olas contra las costas y rocas.
Es la madre de todos los hijos en la tierra, madre de peces, vive en el azul del océano y representa la fuente de la vida, la fertilidad y la maternidad. Ella gusta de proteger a las futuras madres.
Oshún, dueña del río y las aguas dulces
Oshún es la diosa yoruba del Amor y representa la intensidad de los sentimientos y la espiritualidad, la sensualidad humana y la feminidad. Diosa de belleza y bondad incomparable.
La diosa yoruba adora los ríos y vive entre la corriente de sus aguas, pues es su representación en la naturaleza y en favor de su feminidad y sensualidad, gusta vestir joyas, adornos corporales y adora el dinero.
Es reina, orisha y diosa yoruba, posee un carácter impetuoso y nunca se sabe si está molesta.
Protege a las gestantes y las parturientas de todo mal, para que los pequeños en el vientre nazcan sanos y bendecidos.
Oyá, guerrera temeraria y dueña de la centella
Oyá es la diosa acompañante del orisha regente Obbatalá y representa el aire puro. Es la diosa de las centellas, tempestades y del viento fuerte que las precede. Vive entre las tinieblas, baila en la oscuridad con su iruke espantando maldiciones. Dueña de nueve colores y del arcoíris.
Ella puede dominar a los Eggunes (espíritus) y su culto es extremadamente importante, por esa relación con las tempestades y su asociación con los muertos.
Patakí de las hermanas Yemayá, Oshún y Oyá
Yemayá, Oshún y Oyá eran hermanas sin padres y por eso sentían un amor inmenso la una por la otra.
Yemayá, la mayor, trabajaba para mantener a sus hermanas mientras que la mediana, Oshún, se encargaba de cuidar a su hermana pequeña, Oyá.
Eran muy pobres, por lo que Yemayá pescaba en el mar para buscar alimentos mientras Oshún se dedicaba a cuidar de Oyá. Acudían todos los días a lavar la ropa al río y Oshún aprovechaba para pescar mientras Oyá recogía pequeñas piedras de todos los colores para después vender en los pueblos y hacer algo de dinero.
Un día su tribu fue invadida por una tribu enemiga y los guerreros apresaron a Oyá que estaba jugando en el río.
Oshún estaba bajo el agua y no oyó los gritos de auxilio de su hermana pequeña, ni tampoco la escuchó Yemayá que estaba pescando en la costa y se encontraba muy lejos.
A Oyá se la llevaron prisionera y pasaban los días y Oshún cada vez estaba más triste, hasta que se enteró de la cantidad de dinero que pedían como recompensa para liberar a su hermana.
Así poco a poco guardó monedas de cobre para pagar el rescate. Cuando hubo terminado de juntar el dinero que pedían, se dirigió a la tribu enemiga.
Pero Oshún no sabía que el jefe de la tribu estaba perdidamente enamorado de ella. Así que cuando se disponía a pagar el rescate, el pidió el doble de la cantidad de dinero, por lo que Oshún se arrodilló y empezó a llorar suplicando la libertad de su hermana.
El jefe de la tribu, le propuso entonces que liberaría a su hermana si Oshún le entregaba su virginidad. Y como amaba tanto a su hermana, ella accedió.
Cuando volvieron ambas a casa, le contaron a Yemayá lo sucedido y esta para darle reconocimiento a Oshún por el sacrificio que había hecho cogió las monedas de cobre y las puso sobre su frente y sus brazos.
La repartición de poderes:
También en el tiempo en que estuvo Oyá cautiva, Olofin repartió los bienes terrenales e hizo a Yemayá única dueña de todos los mares y a Oshún de los ríos y así hasta repartirlo todo.
Y como Oyá no estaba presente, se quedó sin nada.
Oshún fue entonces a ver a Olofin a pedirle que le diera a su hermana pequeña su parte y que no la dejara desprotegida. Olofin, tras escuchar la súplica de Oshún se percató de que aún quedaba un sitio sin repartir, el cementerio, y así le ofreció a Oyá ser la dueña y señora del lugar donde reposan los espíritus, el camposanto.
Ella aceptó con gusto el ofrecimiento de Olofin, desde entonces allí descansa tranquila y feliz, siempre agradecida a su hermana Oshún.
En honor a ella se mandó a fabricar herramientas de cobre y acude en las tardes a la ribera del río a comer pescado junto a sus hermanas.