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Crónica 12: Changó y la promesa de Conrado «Siete Rayos»

Changó y la promesa

«Si caminas por la vida con orgullo y valentía, el señor de los truenos te dará fuerza y virilidad.»

En el mismo instante en que el cuchillo atravesó el pecho de Conrado, un rayo, seguido por el fuerte estallido de un trueno, centelleó iluminando toda la ciudad. Triste final para un campeón mundial juvenil de boxeo, considerado en su momento el mejor prospecto del mundo, pero de esa hazaña ya habían pasado diez años, en aquel entonces, un casi adolescente desconocido, proveniente de un pueblo rico en miserias, anclado en un país cuyo nombre casi nadie conoce, venció uno por uno a sus contrincantes, preparados en las mejores academias del mundo.

Pero esa es historia para otra crónica, lo cierto es que, a sus veintisiete años, Conrado Mendoza iba rumbo al hospital, con la muerte a punto de cerrar contrato, solo que este cliente aún no tenía permiso para morir.

__ Todavía no… «Siete Rayos «__

Fueron las primeras palabras que escuchó al despertar, le costaba abrir los ojos, pero no necesitaba ver, la voz era inconfundible.

__ Profe...__, sabía que el profesor Salcedo estaba junto a su cama y eso era un alivio. Menuda primera visita para alguien a quien nunca le gustaron los hospitales porque nunca necesitó de ellos, verse acostado, lleno de sueros y equipos médicos le transmitieron una sensación de debilidad jamás conocida, quiso levantarse, pero no tenía fuerzas.

__ Tranquilo Siete Rayos, falta mucho para que puedas salir de aquí, ahora es tiempo de descansar, y sobre todo… de asentar cabeza. __

A pesar de los calmantes, la herida provocaba un malestar punzante, pero el verdadero dolor estaba a punto de aparecer.

__ ¿Y dónde está Tata…? __, preguntó buscando con la vista la figura de su vieja e incondicional madre, el semblante del también añejo Salcedo redoblaron la oscuridad de un presentimiento latente, la confirmación derrumbó todo su espíritu.

__ No aguantó muchacho… esta vez tu vieja no aguantó…__

Hasta ese momento, Salcedo desconocía cuanto amaba a su madre, el grito salido desde adentro del alma hizo retumbar las paredes del hospital, nada tenía sentido, nada tenía valor, de un tirón se borraron los deseos de vivir.

__ Fue mi culpa, yo la maté, yo maté a mi Tata…__, repetía una y otra vez agitando los brazos, intentando desconectarse de aquellos aparatos para terminar con una existencia inmerecida.

__ Yo la maté Salcedo, yo la maté...__, gritaba desconsolado, recordando a la mujer reventándose la vida entre lavado, planchado, cosido, y hasta limpieza de casas, cualquier trabajo fácil o duro tenía en su Tata la bendición de ponerle un plato de comida diariamente y el gozo de verlo crecer sano, robusto y hermoso. Y cuando el profe Salcedo le echó el ojo y le dijo: __ «A este Siete Rayos me lo llevo pal gimnasio…»__, la Tata, con un puñado de años sobre los hombros, apretó las rodillas para que no le fallaran, olvidó los dolores de hueso y la migraña recurrente, y como una mambisa brava le echó la guerra al trabajo.

__ «Cuando sea un gran boxeador no tendrás que trabajar más.»__, el tamaño de aquella promesa avivó las fuerzas de madre, orgullosa del inmenso futuro que los Orishas tenían reservado para su hijo, y cuando el triunfo llegó y la corona de campeón trajo a casa, imaginó un camino lleno de dichas para él y el ansiado descanso para ella… pero no fue así.

Con la gloria llegaron la diversión, las parrandas, los vicios, las mujeres fáciles, la banalidad y.… el olvido. Ya no venía a casa, prefería la cama de una mujer madura y rica que prometió tenerlo como rey, siempre que tuviera su fuego viril dentro suyo.

__ «Enderézate Siete Rayos, que hasta Changó sabe cuándo parar.»__, en vano las palabras del profe Salcedo, ni regaños ni reclamos podían más que la vida fácil y libertina de Conrado, por eso cuando viajó para defender el título, la falta de entrenamiento le pasó factura, regresó a casa con la vergüenza de un nocaut en el segundo asalto, aun así, su Tata lo esperaba feliz para como siempre consolarlo y bendecirlo, pero él nunca llegó, prefirió los brazos y el alcohol de la ricachona para ahogar sus penas.

Los años pasaron y los vicios crecieron, atrás quedó el boxeo, los sueños de campeón y la promesa a su Tata, más vieja y necesitada, pero incapaz de molestarlo con sus achaques. Sí, pasaron los años hasta cumplir veintisiete, solo para descubrir que la ricachona ya no lo tenía en la cima de los machos, en su lugar, otro muchacho más joven y viril ocupaba la cama tras la golpiza a aquel pobre infeliz, la familia tomó venganza. Necesitaron cuatro hombres fornidos para neutralizar a Conrado, pero al final, el cuchillo en el pecho le desgarró la carne y las arterias, acabando de robarse el último aliento de su Tata.

__ Tenía que haberme muerto… tengo que morirme. __, una convicción que nada ni nadie podía cambiar de no ser por las palabras del profesor.

__ Tienes que vivir… tienes que triunfar… se lo debes a ella, es la única manera de pagar tu deuda… volviendo a ser el Conrado de sus sueños, volviendo a ser… Siete Rayos…__

No se dijo más, Conrado cambió la voz por la acción. Cuando recibió el acta no fue a casa de la ricachona, tampoco aceptó la invitación del profe Salcedo, regresó a la vieja y desgastada morada, cargada de recuerdos y el espíritu de la madre. Frente al altar del Orisha al que su Tata tanto pedía, se hincó de rodillas y con sinceridad pronunció una nueva promesa.

__ Changó, guía mis pasos, protege mi camino y déjame recuperar el orgullo… por mí y por mi Tata. __ Y empezó un nuevo ciclo.

Paso a paso, día tras día, el duro entrenamiento del profe lo hacían sudar hasta el agotamiento, poco a poco la forma atlética regresó al cuerpo de Conrado.

__ Ya estás listo. __, dijo Salcedo y pasaron a la siguiente fase. Combate tras combate, las victorias lo volvieron a poner en el ring para discutir el campeonato mundial, cada golpe, cada esquivo tenía el aura de su Tata. Como ironía de la vida, derribó al contrincante en el segundo round, la alegría del profe era infinita, también él, no solo por obtener el título, sino porque había recuperado la confianza, el amor propio, y principalmente porque sabía que desde su sagrado lugar estaba ella mirándolo, orgullosa de un hijo que jamás volvería a perder ni el rumbo ni el derecho de ser apodado como el gran Orisha del relámpago y el trueno: «Siete Rayos».

«Changó es el Rey de la religión Yoruba.»

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