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Crónica 2: No maltrate a los niños, Elegguá te está mirando

Elegguá te está mirando

Crónicas del siglo XXI

Cuentan que en sus orígenes los Orishas fueron seres vivos, y después de muertos se les dio título de santo por la vida que supieron llevar en la tierra. ¿Mito o realidad?, lo cierto es que desde hace mucho tiempo han acompañado a hombres y mujeres, protegiéndolos de todo mal y otorgando, según la fe de cada cual, bienes espirituales y materiales.

Este vínculo con los humanos ha generado un sinfín de anécdotas fantásticas, dignas de ser contadas porque, los milagros y maldiciones que acompañan tamañas experiencias , al igual que las fábulas, encierran una enseñanza de vida útil.

Estas son algunas historias cotidianas que entrelazan ambos mundos, aquí están las crónicas Orishas del siglo XXI.

Elegguá perdona a los que se arrepienten

Las travesuras de Berto no tenían para cuando acabar, lo mismo se robaba los mangos de la mata de Doña Fefa, que le amarraba un cordel lleno de latas en la cola al gato del viejo Sebastián, o tiraba bolas de fango a las sábanas recién lavadas en el tendedero de ña’ Consuelo. De nada valían regaños, insultos o advertencias, para él no había nada más divertido que enfadar a la gente.

__ «Ya no eres un niño, y como hombre un día te van a castigar».__

Decía Tata José, el viejo más viejo del pueblo, pero Berto no hacía caso, sentía que era como un superhéroe invencible.

Un día Pedrito, el tataranieto de Tata José, caminaba contento saboreando un helado de chocolate, desde la esquina Berto lo vio y partió hacia él. De un manotazo le tumbó el helado, no conforme, le propinó un coscorrón y esperó.

Por supuesto, el pequeño comenzó a llorar provocando un mar de risas en el joven travieso que se fue corriendo en busca de nuevas diabluras.

A la mañana siguiente, mientras amarraba los cordones de sus zapatillas en un banco del parque, apareció casi misteriosamente Tata José. Serio e imponente le habló:

__ Te lo dije muchas veces, ya no eres un niño, y como hombre un día te van a castigar.__

El joven intentó ignorarlo, pero el brillo en los ojos del Tata causaron una impresión jamás sentida.

__ «Quien maltrata a un niño se las verá con Eleggua».__

Dijo Tata y se fue, dejando en Berto un escalofrío indescriptible.

Aunque siguió con sus maldades, la imagen y palabras del Tata no se apartaron de él en todo el día. Decidió acostarse temprano para terminar pronto aquella misteriosa sensación.

En la mañana, dispuesto con las mismas ganas de siempre, salió a la calle en busca de acción, entonces los vio, eran cuatro niños jugando cada uno con un garabato (bastón) de guayaba.

La idea le vino como relámpago:, llegar, partir los garabatos y azotarlos por las nalgas. Ya los tenía cerca cuando de pronto se quedó inmóvil, paralizado, no podía caminar. Quiso pedir ayuda, pero la voz no le salía, ningún reflejo funcionaba, y lo peor, nadie le prestaba atención, como si no existiera, como si fuera invisible, solo los cuatro niños lo miraban fijamente, sosteniendo sus garabatos en pose de guerra.

De repente el cielo se oscureció, el parque quedó en tinieblas, únicamente el espacio entre él y los pequeños permanecía iluminado. Otra vez intentó correr, gritar, pero en vano. Lo peor estaba por llegar, ruidos extraños y terroríficos ambientaron el lugar, poco a poco, salidos de la oscuridad, empezaron a aparecer varios grupos de animales: chivos, gallos, ratones negros y rojos, conformando una manada, todos con los ojos brillosos.

Un miedo hondo y helado se le coló en el cuerpo, a medida que aquellas bestias, como las veía él, se aproximaban, sentía perder el aliento, los sudores corrían como manantiales, contrastando con un frío que le congelaba hasta los párpados.

Y mientras esperaba el inevitable final, la voz del Tata recalcando:__ «Quien maltrata a un niño se las verá con Eleggua».__, martillaba sus oídos sufriendo impotente aquel horrible castigo.

En un último intento abrió la boca expulsando un grito inmenso que retumbó en todo el cuarto donde estaba, fue cuando comprendió que todo había sido un mal sueño. Sin saber qué hacer, los sentimientos afloraron de la nada rompiendo en llanto, así estuvo hasta el amanecer.

A las afueras del pueblo, donde el Tata vivía desde hacía mucho, llegó el joven Berto, de rodillas pidió perdón, el viejo lo agarró por los hombros poniéndolo de pie, miró el rostro arrepentido del muchacho y con voz de hombre bueno dijo así:

__ Está bien chico, aprendiste la lección, Eleggua perdona a los que se arrepienten.__

Desde ese momento el joven Berto cambió su conducta. Pasó el tiempo, se hizo padre y abuelo, alguien querido y respetado en el pueblo, sobre todo por los niños, que de vez en cuando se reúnen alrededor suyo y le piden, con mucha algarabía, les cuente la historia de Eleggua… Y Berto los complace empezando así:

__ «Eleggua es el mensajero de los dioses, el principio y el fin de los caminos».__

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