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Crónica 14: El Orisha Abita y la disyuntiva de un Santero

El Orisha Abita

«A veces, para salvarte de la maldad, necesitas de la maldad.»

Casi una vida entera ejerciendo el sacerdocio y siempre con la misma razón de ser: usar toda la sabiduría para hacer el bien.

Desde pequeño ya se sabía que Manuel Antonio tendría un rol importante en la religión Yoruba y para eso fue preparado, a la par de la vida social, su persona fue forjándose en el difícil y hermoso entramado divino que nuestros ancestros africanos dejaron como legado para el mundo entero.

El origen de las hierbas y sus propiedades, el significado de cada animal y la utilización en la religión, el perfil minuciosamente detallado de cada Orisha, sus poderes, atributos y relación con los humanos, y cómo saber comunicarse con cada deidad para transmitir consejos y mandatos a los creyentes.

A medida que pasaban los años, Manuel ganaba experiencia y prestigio entre sus ahijados, una comunidad que crecía más allá de las fronteras, quien quisiera su auxilio y abrigo solo necesitaba llegar bajo una condición:

__ «Mis obras solamente serán usadas para hacer el bien.»__. Y la vida continuaba su buen ritmo.

Próximo a cumplir los setenta años, Manuel Rodríguez recibió una visita que cambiaría por siempre el destino de toda una aldea.

__ Tiene que ayudarnos Tata Manuel…__

Fue el ruego de aquel hombre flaco y desgarbado. Después de brindarle agua y café, Manuel escuchó sus argumentos:

__ Vengo de una aldea en lo más intrincado del país, vivimos del ganado, somos gente humilde y trabajadora, pero ya no podemos más…__

La historia en sí era desgarradora, el lago que suministraba el agua, tanto para animales como personas, había sido cercado por un hacendado que, en complicidad con funcionarios del gobierno, intentaba cobrar impuestos altísimos por tener acceso al preciado líquido.

__ ¿Pero y yo cómo puedo ayudar? __

El asunto tenía un lado oscuro y era el siguiente, los niños de la aldea habían contraído una extraña condición, no estaban enfermos y, sin embargo, se sentían mal, con dolores de cabeza y alucinaciones.

__ Eso es cosa del Ogba Ogú (sacerdote) del hacendado… tiene embrujado a los chicos, y solo si pagamos dejará de castigarlos. __

Para cualquier otra persona, esta sería una historia loca imposible de creer, pero Manuel sabía que los imposibles eran reales en la religión Yoruba.

Despidió al humilde hombre con la promesa de no descansar hasta solucionar tan horrenda agonía. De inmediato se puso a trabajar, como buen santero invocó a sus Orishas guerreros, los caracoles le dieron la respuesta que tanto temía:

__ «Abita…»__

A pesar de ser poco conocido, este Orisha menor representaba la maldad en su mayor expresión, algo así como el mismo diablo. Por primera vez Manuel se vio en una disyuntiva crucial, pues no siempre el bien sirve para combatir el mal, entonces, ¿debía traicionar sus principios?

__ «Esta batalla será difícil.»__, se dijo y comenzó a preparar su estrategia de guerra. Una semana después se presentó en la aldea donde el estado de los niños era cada vez más grave:

__ Llévenme al lago__, así lo hicieron, una vez allí ordenó dejarlo solo.

__ Regresen en la mañana, si no estoy con vida… huyan. __. Esa fue la orden, advirtiendo que su muerte solo traería mayores represalias contra todos y, por tanto, la única opción sería escapar bien lejos.

Ya en completo aislamiento, Manuel acondicionó el lugar con los implementos que había traído.

__ «Al mal se le combate con el mal…»__, solo quedaba una cosa, esperar.

Cuando la noche se hizo densa, Manuel encendió una enorme hoguera en donde arrojó algunos palos y hierbas, además de acompañarlos con cantos en idioma Yoruba. La intensidad de las llamas combinadas con el humo reflejaba en el cielo imágenes sobrenaturales de seres extraños.

__ ¡Espíritus malignos, les ordeno salir de aquí y no regresar jamás! __

Las imágenes, convertidas en espectros, comenzaron a rodearlo amenazantes, sin embargo, él no retrocedía, continuando con sus cantos y bailes ancestrales. Comenzaron entonces a abalanzarse sobre él, pero, como si estuviera protegido por una coraza, eran rechazados antes de tocar el cuerpo de Manuel que seguía cantando más alto, haciéndoles insoportable la presencia hasta que, uno a uno, se fueron desvaneciendo.

Cuando el último abandonó el lugar, Manuel cayó rendido, estaba satisfecho, pero sabía que la faena no había concluido, y tenía razón.

A pesar de la oscuridad lo vio venir, era un hombre con atuendos característicos de tribus africanas, aunque con rasgos grotescos y símbolos que el viejo sacerdote identificó de inmediato.

__ «Hijo del diablo…»__

El sujeto se paró frente a él: fuerte, relativamente joven e inexpresivo, contempló a su oponente con una leve mueca burlona.

__ ¿Y eres tú quien ha venido a derrotarme? __

Con una mano levantó a Manuel, olió su rostro y soltó una carcajada.

__ ¿En verdad crees poder vencerme, a mí, el Ogba Ogú, a mí, el ahijado de Abita?__

Con fuerza lanzó a Manuel y gritó su profecía mayor:

__ ¡Abita me ordena, Abita me dice, Abita me manda a regar con muerte esta aldea, esta gente, reciban la furia de Abita y prepárense para lo peor… el infierno! __

Levantó los brazos invocando poderes oscuros. Manuel se levantó, frente a frente lo miró fijo sin hacer nada más. A medida que el sujeto gritaba su maleficio, las llamas crecían más y más, regresando con ellas el manojo de espectros que en círculos volaba alrededor de ambos hasta qué…

__ ¡Pero ¡qué sucede… por qué a mí… a mí no, a él, destrúyanlo a él…! __

Sí, los espectros comenzaron a rodearlo, atacando con rabia una y otra vez, haciéndolo retroceder peligrosamente. En vano intentaba esquivarlos, cuando un último golpe lo lanzó a la hoguera incendiando su cuerpo hasta caer muerto. Al terminar la horrenda escena, los espectros se situaron alrededor de Manuel, quien sin temor elevó los brazos y dijo:

__ Vayan en paz espíritus, regresen a donde pertenecen, en nombre de Abita les ordeno abandonar esta aldea. __

Diciendo y sucediendo, los espectros desaparecieron mientras Manuel, profundamente extenuado, se sentó a esperar el amanecer.

Los habitantes de la aldea llegaron temprano con los rostros empapados de felicidad.

__ Los niños están bien, todos están curados. __ , al unísono vinieron para tocar y abrazar a su salvador y preguntar cómo logró ganar la batalla contra el mal, fue así que supieron de Abita y sus acompañantes: Ogueday, Iyabafún, y Osawani.

__ El Ogba Ogú no los conocía, pero yo sí, los invoqué a los cuatro para vencer al maldito. Abita solo es malo con el malo. __

Y prometiendo nunca más volverían a vivir una experiencia como aquella, se fue tarareando un canto Yoruba, feliz de haber vencido al mal con el mal.

«Si usas la religión para hacer daño, la religión se vuelve contra ti.»

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