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Crónica 11: El encanto de Agayú, el volcán que arrasa con todo

El encanto de Agayú

«La energía de Agayú Solá es imbatible. «

__ ¡Y a esto le llamas comida, ni los cerdos se comerían esta basura, ahora aparte de fea, gorda y vieja, eres una inútil que ni cocinar sabe, yo no sé qué tenían en la cabeza tus padres cuando te pusieron el nombre, porque de «Encanto“ no tienes ni un pelo… adónde vas, ¡no corras que no hay lugar en la casa donde te puedas esconder… ven acá Encanto… ven acá…! __

Sí, así era el diario en la vida de Encanto, esta mujer de treinta y dos años, madre de dos hijos y esposa sumisa, jamás ha conocido el sabor de la felicidad: maltratos, ofensas, incluso hasta golpizas prolongadas, un menú permanente que parecía no tener fin. Pero todo esto estaba a punto de cambiar.

Aquella tarde, cuando Encanto regresaba de recoger a los niños de la escuela, su esposo, a quien en silencio nombraba «El Ogro», la esperaba a la entrada de la casa con el cinto en la mano. Sabía cuál era el significado, lo más importante era proteger a los niños, siempre los mandaba a casa de la vecina, evitando tuvieran que presenciar el horrendo espectáculo de ver a su padre abusando de mamá. Y justo cuando se disponía a entrar hacia su calvario… ocurrió.

Todos los vecinos salieron afuera preocupados, asustados ante aquel temblor de tierra que levantó una polvareda densa, razón por la cual no lo vieron llegar. De entre el humo de polvo apareció la silueta, sin definiciones claras, podía apreciarse el porte gallardo y altivo de un hombre de pisadas seguras. La multitud lo vio caminar hacia la disfuncional pareja, poco a poco el polvo perdió protagonismo, dejando a los tres frente a frente.

__ Hola Encanto… tanto tiempo sin vernos… ¿No te acuerdas de mí? __

De súbito, y ante un Ogro sorprendido, la mujer recordó su etapa de adolescente cuando su mejor amigo, aquel delgaducho y siempre sonriente muchacho, se mudaba rumbo a otra provincia.

__ Vengo a trabajar aquí… regresé… esta vez para siempre. __

Y qué coincidencia, su antiguo amigo había alquilado una habitación justo en casa de la vecina.

__ ¿Armando…? __, ella dijo el nombre aún insegura, pero la mirada fija del robusto y fornido hombre despejó toda duda.

__ Ahora somos vecinos… puedes contar conmigo para lo que sea… lo que sea…__, esta última estrofa la dijo fulminando el rostro del Ogro que, como buen cobarde, rehuyó la centelleante vista.

Encanto lo vio alejarse, sin entender qué sucedía, un sentimiento de esperanza comenzaba a nacer. Entró a la casa, esta vez más segura de sí misma, como si el rompimiento de aquel ciclo tortuoso estuviese llegando al fin.

De todas formas, la violencia doméstica siguió manifestándose, pero Encanto tenía una razón para soportarla, la presencia de Armando le daba cada vez más fuerza: __… «Puedes contar conmigo para lo que sea…»__, se volvió una frase constante en su psiquis, solo necesitaba agrupar un poco de valor y el fin de la maldad sería sepultada para siempre.

Y como para todo hay un día, sucedió un domingo, Encanto andaba de prisa con sus dos críos, el Ogro le había ordenado traer con urgencia una botella de ron. De tan apurada, solo atinaba a mirar al suelo para forzar a las piernas a andar veloces, quizás por eso el tropezón con Armando fue tan brusco, provocando la caída de la botella que se hizo añicos.

__ ¡Me va a matar… ahora sí me mata…! __, decía mientras se halaba como loca los cabellos. El terror en los rostros de los niños era tan lastimoso como el peor tormento del mundo, la angustia de aquella familia se sentía en todo el parque donde tantas veces jugaron ambos amigos. El joven gallardo asumió como suyo aquella desgracia, levantó a la mujer y la acompañó hasta un banco, acarició a los dos pequeños transmitiéndoles fuerza y valor, miró a los tres con esa vista serena y les dijo:

__ Tranquilos, todo estará bien, yo me encargaré. __, y comenzó a actuar.

Sin darle tiempo a arrepentimientos, lanzó su primera invitación: __ ¿A quién le gusta el helado? __, y a la heladería se fueron.

Daba gusto ver a esos dos niños saboreando las bolas dulces y cotorreando sobre asuntos infantiles.

__ Con tanta azúcar en el cuerpo, tenemos que hacer ejercicios. __, y hasta un parque de atracciones los llevó. Al principio Encanto se mantenía alerta, tensa, pero poco a poco el color alegre de sus hijos la empezó a ilusionar, fue igual a un despertar brusco arrancando de cuajo el velo de la ignorancia.

__ «Mis hijos merecen esto todos los días del año.»__, el pensamiento caló tanto que ahora solo quería volver para dar fin al calvario hogareño. Dos horas después probaría su convicción.

__ ¿Segura quieres hacerlo sola? __, preguntó Armando, ella solo le hizo una petición, cuidar a los pequeños, __ Será rápido, es algo que debo hacer sola. __. Abrazó a sus hijos, luego cruzó miradas con el hombre y entonces sí, entró a su casa.

Como siempre, sobre el sofá, el Ogro disfrutaba de la televisión, al verla sin su encargo se levantó, lentamente se zafó el cinto y en pose amenazante la miró, pero esta vez la respuesta no fue el sollozo humillante de la mujer.

__ Nunca más Ogro… nunca más. __

Afuera se sentía la algarabía de ambos. Si tanto gritaba él, más lo hacía ella, hasta que todo quedó en silencio, entonces la puerta se abrió. Bañada la cara de sangre, y con pasos lentos, Encanto salió ante la mirada de la vecindad. Antes de caer desplomada, el joven Armando la tomó en sus brazos.

__ Se acabó… el abuso se acabó. __, dijo la valiente mujer y se desmayó.

Notablemente asustado, el bien llamado Ogro apareció mirando a todos lados y gritando: __ ¡Yo no le hice nada… fue ella quien me atacó primero… no me trajo el ron… yo solo quería mi ron…! __

Una energía violenta se apoderó de Armando, depositó el cuerpo de Encanto y con la furia de un volcán le vino encima al esposo abusador.

La tragedia habría sido mortal de no ser por la intervención de todos los vecinos. Minutos después un patrullero cargaba con el Ogro, mientras una ambulancia trasladaba a cuidados intensivos a Encanto, solo el tiempo decidiría el desenlace.

Como una postal de navidad se ven todos reunidos a la mesa, Encanto, sin una sola marca en el rostro, y los niños con la sonrisa más especial de la tierra. Tienen tanto para celebrar, no precisamente los diez años en prisión sentenciados contra el Ogro, sino el inicio de toda una vida por delante. Por supuesto, la química dormida entre Armando y su amiga de infancia comenzaba a resurgir, pero para esta nueva Encanto, ya nada sería a locas, nada forzado, como nunca antes se sentía con el total control de sus acciones, y de ahora en adelante ella, y solo ella, decidiría el compás de su camino.

Como el volcán que vive dormido hasta un día despertar, así fue en Encanto el nacimiento de una energía que jamás volvería a apagarse.

«Aggayú Solá es como un volcán, tranquilo y apacible, hasta un día que se revela con una fuerza imbatible y arrasa con todo.»

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