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Crónica 7: Las tres ofrendas a Yemayá, quien bendice y castiga

Las tres ofrendas a Yemayá

«No enfades nunca a Yemayá porque… cuando Yemayá castiga es implacable.»

La primera vez que Matilde le hizo una ofrenda a su Santa querida, estaba al borde de la desesperación, el padre, sostén de la casa, comenzó a sufrir dolores en el pecho y mucha tos, los análisis confirmaron lo peor: cáncer de pulmón. Así, de pronto, el Tata Genaro tuvo que abandonar dos de sus tres amores: el tabaco y el mar, para colmo de males, el marido de la joven veinteañera, aprovechando el ingreso, tomó los ahorros debajo del colchón del viejo lobo de mar y se largó, dejando únicamente una nota de disculpa con faltas de ortografía, cien pesos para terminar el mes y una barriga de tres meses.

__ ¿Y ahora cómo vamos a hacer mi niña? __, fueron las palabras del padre, afligido ante la impotencia de su invalidez, y sabiendo que no tenía solución para tanta tragedia, pero Matilde, voluntariosa como no había dos, acomodó al lobo de mar en la cama, tomó los cien pesos, salió a la calle, compró varias rosas blancas y se fue al mar. En la orilla, después de quitarse toda la ropa, caminó lentamente, adentrándose en el agua, alzó los brazos y así rogó:

__ Mi Yemayá, diosa del mar, humildemente te suplico… por favor, ayúdame a mantener esta familia… ayúdame en mi nuevo trabajo. __. Depositó las flores blancas y regresó a casa.

Esa fue la primera ofrenda, y bien pagada quedó, pues, a la mañana siguiente, Matilde subió al bote del viejo padre, empezando así el oficio de pescadora.

__ «Hijo de gato…»__, decía Genaro al verla regresar bronceada y con buenas capturas, día por día, hasta que el momento del parto llegó y nació Julián en graves condiciones. Los médicos no contaban con él, la ciencia no tenía remedio para salvarlo.

__«Un milagro… mi hijo necesita un milagro…»__, y vino entonces la segunda ofrenda: un melón de agua, una piña, tres manzanas y tres naranjas, todo dentro del bote junto al pescado más grande. Remó y remó sin rumbo fijo, cuando las casas del pueblo apenas podían verse, se levantó, alzó el pescado y pronunció su ruego.

__ Mi Yemayá, madre de los peces, vengo a pedir por mi hijo, salva su vida y déjame verlo crecer. __ El presente fue entregado y Matilde regresó llena de fe al hospital donde los médicos la esperaban sonrientes:

__ Está respondiendo al tratamiento… su hijo va a salvarse. __

Quizás su reacción calmada pudo asombrarlos, pero sin razón, la emoción de Matilde iba por dentro, la confianza en su santa tenía el valor de cien sonrisas.

Así fue la segunda ofrenda, la recompensa no pudo ser mejor, el niño se hizo adolescente, joven y adulto vigoroso amante del mar para orgullo de Matilde, que dejó en sus manos el legado familiar, no sin antes advertirle:

__ Recuerda siempre agradecer y respetar a nuestra Santa porque, ella da, pero ella quita. __

Y el joven Julián, obediente y bueno, cumplía fielmente con aquella premisa, hasta que un día:

__ ¿»Por qué no me invitas a una cerveza? «__

El primer perfume de mujer llegaba en las caderas de la seductora Rosa, tanto tenía de belleza como de picardía, un embrujo del que no pudo librarse Julián.

Desde ese instante la voz de Rosa transformó su conducta, casi ni iba a casa, todo el dinero de la pesca lo invertía en los caprichos de la atrayente mujerzuela, empezaron también los celos, las reyertas en los bares, por supuesto, la bebida en exceso y el total olvido de su familia. Y así estuvo hasta que…

__ «Sin dinero no hay Rosa…»__, sentenció la damisela inconforme el día en que Julián se quedó sin nada, fue cuando recordó los ahorros de la madre y sin demora corrió en su busca.

La alegría de Matilde quedó opaca al ver al hijo amado transformado en un monstruo: groserías, malas palabras y lo peor, la violencia en sus gestos cuando intentó tomar el dinero.

__ ¡Vas a tener que matarme… mal hijo! __

Gritó Genaro, que en un esfuerzo supremo se había levantado de la cama para enfrentar al demonio.

__ ¡Yemayá te dio la vida y Yemayá te la va a quitar… si te llevas ese dinero, Yemayá se lleva tu vida! __

En una historia feliz, la comprensión habría ganado terreno, pero Julián vivía en una ceguera absoluta, capaz de incitarlo al peor de los pecados.

__ ¿Qué has hecho hijo mío? __

Realmente no lo sintió, el impulso llegó solo, como poseído por un demonio, sus brazos empujaron al viejo enfermo que cayó en el suelo sin conocimiento. Como resorte aclarador, la imagen de su querido lobo de mar abrazado por Matilde lo devolvieron a una realidad impensada. Quería ayudar, pero no podía moverse, quería hablar, pero el dolor de aquella visión, y sobre todo, el color reprochador en los ojos de la madre congelaron todos sus sentidos por varios segundos, hasta que el anzuelo del miedo lo enganchó y salió corriendo a locas.

Para cuando le anunciaron que Genaro estaba fuera de peligro pasaban la una de la madrugada, el sentimiento maternal en Matilde había brotado de nuevo y solo tenía un pensamiento, su hijo, también un temor, Yemayá:

__ «¡Yemayá te dio la vida y Yemayá te la va a quitar!«__, las palabras del padre la hicieron reaccionar, como un bólido salió rezando para que sus sospechas no fuesen reales. Pero las historias trágicas solo traen realidades afines. El bote no estaba en el muelle y la oscuridad impedía ver más allá.

__ ¡Julián… Julián…! __, gritaba como loca intentando recuperar a su amado__

Así se pasó el día siguiente, el otro, y cinco días más sin esperanza de nada, entonces llegó su tercera ofrenda:

Guardado para ocasiones especiales, se puso su mejor traje, un vestido largo y con encajes, completamente azul, un collar de cuencas azules y blancas y una campana pequeña.

Otra vez frente al mar, descalza, expresó su rezo suplicante:

__ Mi Yemayá, Santa querida, tú que eres la madre de todos los hijos en la tierra, por favor, perdona a mi Julián y borra de su mente todo lo malo que lo envenena, si me concedes el deseo, esta será mi última ofrenda.

La luna apuntaba la noche, cuando se recogió dando paso a la mañana, los primeros pescadores lo vieron a lo lejos, el barco de Julián estaba de vuelta, pero el joven no venía bien, completamente inconsciente, con quemaduras, insolación, y una deshidratación aguda lo hicieron parar al hospital. Siete días después, fue el rostro de Genaro su primera visión del mundo, sinceramente avergonzado, pidió perdón y suplicó la presencia de la madre.

__ Mi perdón ya lo tienes, pero a tu madre…__

Necesitó horas para entender aquellas palabras: «Una vida por otra vida», ¿qué había querido decir abuelo? Los días pasaron y la respuesta seguía siendo un signo de interrogación, imposible para él comprender que los milagros a veces necesitan el certificado del sacrificio.

Cuentan algunos pescadores que aún hoy, día por día, el joven Julián, ya hombre maduro, sale a la mar no solo a pescar, sino a pedir su milagro a Yemayá, el milagro que le devuelva al ser que le dio la vida y lo rescató de la muerte.

«Yemayá ofrece bendiciones, pero es inflexible con quienes la ofenden.»

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