Obatalá el santo dueño de todas las cabezas poseía una finca donde trabajaban muchos de sus discípulos entre los que se encontraban los hijos de Shangó, Elegguá y Oggún.
En los dominios de Obatalá había que trabajar muy duro para alcanzar de a poco las bendiciones y los conocimientos que la deidad ofrecía en premio al esfuerzo de sus mejores estudiantes.
Pataki donde por el derroche y el exceso se cayó en desgracia
Los hijos de Elegguá y Oggún quienes eran algo rebeldes planearon una fuga de la casa de Obatalá para vivir sin la presión de la exigencia.
Hecho en el que convidaron al descendiente de Shangó, quien se negó a verse involucrado en el plan, pues este había sido advertido por Orula que si se aplicaba al estudio llegaría mucho más lejos de lo que había soñado.
Ilusión que el hijo de Shangó no quería poner en riesgo por nada.
Luego del rechazo mostrado por el descendiente de Shangó, los hijos de Oggún y Elegguá emprendieron un nuevo rumbo hacia una vida de derroches y excesos.
Realidad que poco tiempo después los dejó en la ruina y sin posibilidad de volver a ingresar a la hacienda de Obatalá.
Los hijos de Eleguá y Oggún en Ogbe Otura perdieron el buen camino
Luego de doce meses de esfuerzo el hijo de Shangó logró hacerse Ifá y después de mucho sacrificio se ganó la confianza del Orisha blanco quien lo nombró su secretario.
Al lado de Obatalá el secretario fue aprendiendo y creciendo en habilidades, conocimientos y experiencia.
La noticia del éxito del descendiente de Shangó llegó a oídos de sus amigos quienes al verse perdidos y harapientos sufrieron del arrepentimiento que los inundaba debido a su irresponsabilidad.
Estos viajaron hasta la hacienda y allí suplicaron el perdón de Obatalá, beneficio que obtuvieron gracias a la intervención de su asistente.
Oportunidad que estos desaprovecharon nuevamente, pues en vez de enfocarse en el trabajo y el estudio se dedicaron a ponerle zancadillas al hijo de Shangó, buscando desacreditarlo ante Obatalá, pues la envidia hacia su amigo los consumía.
Obatalá castigó la mala conducta, la envidia y la mala cabeza
Durante las noches los dos revoltosos se robaban las vacas de Obatalá y se las comían enterrando los restos en el pantano.
El hijo de Shangó quien llevaba el inventario de la hacienda se percató de la ausencia de las vacas y como ya sospechaba de sus amigos decidió seguirlos en secreto descubriendo sus fechorías.
Hecho que tuvo que revelar al Orisha quien tras analizar las pruebas expuestas desterró para siempre a los individuos de su tierra aplicándole un severo castigo por sus faltas.